INVESTIGACIón

El desmuteo.
Laboratorio de voz cantada

¿Hablar o no hablar? En la boca de mi estómago siento un remolino que se vuelve cada vez más hondo, tan hondo que me deja muda e inmóvil. 

Mi voz ha sido un descubrimiento muy importante en mi vida y en mi camino como artista. Me parece impactante decir que ha sido un “descubrimiento”, porque realmente siempre ha estado ahí, y la he usado a diario, pero lo cierto es que no la conocía. El laboratorio de voz cantada fue uno de los espacios en los que pude conocerla, entender su manera única de comportarse y comunicar.

La escucha, fue lo primero que empezamos a abordar en el laboratorio. Reflexionamos sobre su significado, qué conlleva y por qué es importante. Fue fundamental entender que la escucha se debe entrenar para luego poder emitir sonido, para hablar, para sonar. 

La Dra. Lidia Camacho (2006)  menciona:

“Para Murray Schafer, artista sonoro de excepcional valía, el mundo es una inmensa composición musical que se despliega sin cesar frente a nosotros a diferentes ritmos y por distintos cauces; frente a ese rumor del mundo es nuestro privilegio aprender a escuchar, a deletrear ese infinito siempre cambiante: el sonido.” (pg. 9)

Claro, si no aprendemos a escuchar, no podemos aprender a hablar… ¿Cómo podría utilizar algo que no conozco? Tenía muy poco conocimiento de todo lo que abarca el mundo sonoro. Me cautivó reconocer la capacidad que tiene mi percepción para agudizarse, y empecé a sensibilizar mi oído a muchas posibilidades que antes daba por sentado. 

Escuchar también implicaba escucharme. Para lograrlo, el silencio se convirtió en mi aliado; me recordaba que la escucha implica una pausa, sumergirme en mí misma, para luego conectar con mi alrededor. Escuchar mis latidos, mis respiraciones, cuando trago saliva, y mis pensamientos. Comencé a realizar ejercicios diarios de escucha y silencio, que me ayudaron a conectar conmigo misma de manera profunda y cuidadosa. En este proceso introspectivo, fui más consciente de los impulsos internos que surgen cuando quiero hablar, como si la palabra surgiera en mis tripas, trepara por toda mi garganta, y quisiera salir por mi boca. Dentro de este proceso noté que todo este tiempo había decidido mutearme a mí misma: La palabra nunca sale de la garganta, se ata ahí, se desvanece, o se devuelve a las tripas, esperando a que algún día, sí pueda salir. 

Quería permitirme hablar, usar mi voz, conocerla, así que empecé a indagar en los impulsos de mi propia voz, y noté que a pesar de producir sonido, sentía que mi voz no existía, como si a pesar de hablar, no me escucharan. Entonces, me pregunté: ¿Cómo se siente mi voz? Sentirme dueña de mi voz definitivamente me costaría encontrarme de frente con mis afectos; describirla sacó a flote las cosas que había querido ignorar por mucho tiempo. El sentirme muteada empezó a ser la forma en que le dí nombre a mi miedo de hablar, a sentir que no me escuchan, a sentir que soy invisible, y encontré que todo esto se relacionaba con mi percepción, la  manera en que me relaciono con mi mundo exterior: El terreno de lo relacional.

La voz y el sonido son inherentes al espacio, entonces, ¿Qué espacio le estaba dando a mi voz? Tal vez le estaba haciendo mucho espacio a las otras voces y no dejaba espacio para la mía. Y realmente, no estaba escuchando, pues mi cuerpo no se encontraba ni en resonancia ni en vibración, sino automuteado. Estaba quitándole todo el espacio a mi voz por dárselo a otras voces y sonidos, dejándome una sensación de asfixia, sofocando mi necesidad vital de respirar. Se convirtió en una prioridad focalizar mi trabajo en la relación entre mi espacio interior con el exterior: Aprender a equilibrar el espacio que ocupa la voz de los demás con el espacio que ocupa la mía. Desde este punto encontré mi pregunta de investigación: ¿Cómo desmontar el decreto de “ estar muteada”? 

En el libro La voz y el actor, Berry (2006) afirma: 

“Dado que se trata de una afirmación tan personal, una crítica de tu voz se acerca mucho a una crítica de ti mismo, y puede ser fácilmente, algo destructivo. Lo que hay que hacer es abrir las posibilidades de la voz, descubrir qué puede hacer e intentar encontrar un equilibrio entre ser subjetivo y objetivo con ella” (pg. 20). 

La búsqueda personal que emprendí rápidamente se relacionó con mi forma de abordar la escena, pues finalmente en ella retratamos la vida, pero, cobra una fuerza distinta y extracotidiana. Sabía que no sería algo de sólo una clase, sino que empezaría todo un proceso que me tomaría tiempo. 

Comencé a entender el sonido como un resultado de fuerzas, que me ayudó a pensarlo como algo realmente tangible y capaz de transformarse. Identificar estas fuerzas desde mi cuerpo se convirtió en algo esencial. Según la Dra. Torres (2016), la voz se produce gracias a la acción coordinada de casi todo nuestro cuerpo. La importancia de reconectar mi voz con todo mi cuerpo me permitió entender que los cuerpos deben entender lo que significa trabajar con las fuerzas y cómo ser fuerza, lo cuál se verá reflejado en la voz.

Me surgieron más preguntas: ¿Qué digo cuando no hablo? ¿Qué se está contando cuando no hablo? Todo habla. Sea sonido o no, pero yo tenía que empezar a buscar ese sonido, desmontar la máquina normada, en algunos momentos por mí misma, y en otros por alguien más. 

El trabajo colectivo que había en las clases también fue un gran movilizador para mi investigación. Hubo un momento en el que se introdujo un entrenamiento más potente a nivel físico, llevándonos a estar presentes y en escucha activa constantemente. Esto cambió todo el ambiente, y cada clase se convirtió en un evento colectivo, así como lo es la vida, en donde la relación con el otro es fundamental. Había algo muy importante que ajustar: La manera en la que nos estábamos disponiendo para explorar la voz, es decir, el calentamiento. Entender que me tengo que disponer para la clase primero respirando, luego apoyando y ya finalmente sonando, me ayudó mucho a empezar a conocer mi aparato fonador; pero hubo algo en especial: La imaginación también se debe calentar. A través de ella jugaba con mi voz, y permitía que salieran los sonidos acorde a las imágenes que iban surgiendo en mi cabeza.

Las rondas colectivas eran espacios para entrenar la imaginación a través de las canciones que interpretábamos juntos. En estos ejercicios logré sentirme en un lugar seguro para sonar y equivocarme, a la vez que se desarrollaba una energía grupal de contención; manteníamos una energía grupal y me sentía abstraída de la realidad por momentos, como si entre nosotros hubiéramos acordado estar ahí en las rondas, y que lo único que nos haría parar sería cuando como grupo lo consensuáramos. Disfrutábamos estar presentes y jugar en relación con los demás. 

Me encontré con el reto al realizar ejercicios que implicaban movimiento, y al mismo tiempo dejara salir mi voz, lo sentía forzado, pero de a poco esta conexión se fue descongelando y cobrando fuerza. Y para esto, los ejercicios que hacíamos posturales y de proyección me servían mucho para lograr una correcta colocación y poder proyectarla. Recuerdo el día en que hicimos un ejercicio en parejas que consistía en hablarle al otro a la distancia, y si había momentos en que lo dejáramos de escuchar, debíamos avisarle. En ese ejercicio entendí que gritar es esparcir o regar la voz por el espacio, mientras que al proyectarla, esta sí va dirigida hacia algún punto en específico en el espacio. Dejé de estar preocupada por cómo sonaba, sino estar pendiente de poder sonar cuidándome. Mi voz se fue revelando de a poco, ya no sentía la misma presión de querer sonar perfecta o de decir lo que los demás consideraran correcto. 

Dar cuenta de lo plástica que puede ser la voz, fue de las cosas que me permitieron curiosearla más durante el laboratorio. Al intervenirla con actividades relacionadas con olores y texturas, pude ver cómo se vuelve versátil y moldeable. Lo mismo me sucedió con la partitura sonora que se nos propuso realizar, utilizando sonidos de mi entorno. En este ejercicio mi curiosidad se despertó al reflexionar sobre el origen de los sonidos que escogí, y descubrir que todos los podía replicar con mi voz. En fin, ver tantas posibilidades que tengo con la voz me daba muchas ganas de explorarla cada vez más. 

Hubo una sesión específica en la que aterricé que había pasado de sólo buscar posibilidades para sonar, sino que ya estaba afinando maneras de comunicarme, dependiendo de lo que quisiera comunicar o no. En esta sesión comenzamos abrazándonos y terminamos en un juego de emociones de a parejas, en dónde debíamos comunicarle al otro en jeringonza una emoción. En esta clase recordé que para estar en una disposición de escucha activa, yo debo también estar dispuesta a ser vulnerable, a abrirme al otro, dejarme contener y querer contener. A pesar de estar hablando en jeringonza, la emoción que permeaba mi voz la moldeaba de tal manera que podía comunicar lo que estaba sintiendo, buscando generar una conexión empática con el otro. 

Mi investigación final consistió en una puesta en escena que me permitiera mostrar el proceso de liberación que había vivido con mi voz. Junto con una compañera, organizamos una serie de pautas que nos ayudaran a desbloquear nuestras voces, liberando tensiones, e incluso inseguridades. Berry (2006) estipula que las tensiones y limitaciones provienen siempre de una falta de confianza en sí mismo, o se está impaciente por querer convencer al público de algo personal. En este ejercicio, queríamos liberarnos de esta falta de confianza en nosotras mismas, de la falta de confianza a nuestras voz, enfrentándonos a las miradas de nuestros compañeros de clase en un círculo alrededor de nosotras. El reto era no querer probarle al ojo externo que estábamos aprendido a utilizar nuestra voz, sino enfocarnos en poder transmitir desde lo que exploráramos del sonar, siendo vulnerables ante su presencia en un proceso que para nosotras implicaba liberación y descubrimiento.

Empezábamos con un buen calentamiento, que de a poco se iba convirtiendo en un diálogo. El cuerpo, moviéndose por el espacio, utilizando la improvisación como metodología principal de la exploración, se movía encontrando y generando impulsos. Fue conmovedor permitirnos vivir el presente de nuestra muestra, en el que  nuestra voz se iba manifestando y expresando. Llegué a un punto en el que quería sonar, mi voz me pedía a gritos salir, y se lo permitía. Logré desmontar el decreto de estar “muteada”, había vivido bajo sus reglas por mucho tiempo. Mi voz quería ser libre, y dentro de esa libertad, saber cuándo sería prudente hacer silencio, para escuchar, y a la vez, cuándo sería necesario hacerse escuchar. 

Mi sonido se liberó cuando dejé de juzgarlo, cuando lo sentí parte de un hecho colectivo que sería distinto si no estuviera mi voz. Siento mi voz y me siento más dueña de esta, y he logrado identificar en qué circunstancias y/o momentos estoy propensa a mutearme de nuevo. La voz se ha vuelto para mí un lugar terapéutico y lleno de curiosidades, por medio del cuál me sigo conociendo, sino por el cuál también reconozco y hago presente al mundo exterior en mí; me conecta con él y me permite jugar, experimentar…hablar. 

Referencias bibliográficas

Berry, C. (2006). La voz y el actor (E. Cuenca, Trad.). Alba Editorial.

Torres Gallardo, B. (2016). La voz y nuestro cuerpo: Anatomía funcional de la voz (Capítulo 1). Horsori Editorial.

Schafer, R. M. (2006). Hacia una educación sonora: 100 ejercicios de audición y producción sonora. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes & Radio Educación.

Bogotá, colombia