Conocí a la estudiante Lucía Imbachí en el taller de Introducción a la actuación que impartí durante varios semestres. Lucía inscribió la asignatura por unas claras necesidades que tenían que ver con sus falencias interpretativas. Era evidente por su fisicidad y conciencia corporal que venía de la danza y que sin lugar a dudas ese era su enfoque. El curso de Introducción a la Actuación es una electiva para todas las carreras. Se construye desde la pluralidad de imaginarios y la diversidad de formas corpóreas que coinciden en ese sincero llamado de un ser artista que apareció cuando eran niños, o por una experiencia artística que les marcó de manera sustancial en algún momento de sus vidas o solo por curiosidad. Lucía estaba entre estudiantes de canto lírico, ingenieros, músicos, comunicadores, abogados y algunos que se preparaban para las audiciones de Artes Escénicas.
Puedo recordar su timidez ante ejercicios que le exigían mucho más que el movimiento, e incluso, cuando llegaba la palabra, su libertad física empezaba a limitarse. Su miedo por asumirse desde un lugar muy distinto a la danza era enorme haciendo que su presencia perdiera potencia. Sin embargo, al ser la actuación su mayor inquietud, se permitió abordar las clases con amabilidad, investigar sobre sí misma, sobre sus debilidades y fortalezas, sin sentirse juzgada. Al hacer parte de un grupo pluridisciplinar se concedió jugar, equivocarse, aprender y asumir la duda a través de una nueva experiencia que le abría otra manera de ver la actuación, de verse actuando. Mientras estaba en este curso participaba como ejecutante en el ensamble de Manolo Orjuela sobre obras de Tennessee Williams y las preguntas que le despertaba este proceso las intentaba resolver en mis clases. En una ocasión nos encontramos para ensayar con su compañero de escena la partitura de la obra que sentía carecía de significado, emoción, verdad. A partir de ese momento la relación entre profesor y alumno trascendió hacia lo que considero debería ser una relación maestro-discípulo en donde se comparte el saber con generosidad.
Lucía aprovechó el curso para comprender cómo llegar a la emoción desde la escucha, la reacción y la partitura física. Empezó a resolver sus inquietudes y miedos desde los juegos de atención y ejercicios de improvisación. Comprendió la importancia de ceder, de errar, de continuar a pesar de la frustración. En el ejercicio final de esta asignatura que respondía a la necesidad de aunar todo lo aprendido en clase, o por lo menos apropiado, hicimos un teatro leído de "Angelitos Empantanados", novela escrita por Andrés Caicedo y adaptada por Cristóbal Peláez. El objetivo era desentrañar el texto, descubrir el subtexto y darle significado a la palabra, además de explorar otras posibilidades vocales. La construcción del personaje se haría a partir de la voz, creando imágenes para el espectador sólo a través de la palabra. Lucía logró habitar un cuerpo de actriz y acercarse al personaje a partir de la voz. Cuando la vi en el ensamble pude esclarecer sus capacidades interpretativas, la limpieza y precisión en la ejecución de su partitura de acciones físicas. Lo realmente contundente es que pude ver al personaje y no a la actriz y mucho menos a la persona.
Luego volvimos a encontrarnos en el Laboratorio de construcción de personaje interfacultades. En este nuevo proceso confirmé que su búsqueda estaba dando frutos. Después del infortunado ensamble “Edenia” en el que participó como ejecutante, demostró una gran capacidad de resiliencia. A pesar del proceso y resultado tan fallido, Lucía defendió su trabajo en el escenario, su vocación, demostrando receptividad, disciplina, y después de la experiencia con el público, hacer un análisis crítico sobre aquel ejercicio escénico que le arrojó conclusiones determinantes para su futuro.
Sus distintas experiencias de creación le han llevado a comprender lo que es la ética del oficio, haciéndose responsable de su trabajo individual y colectivo. Es excesivamente comprometida, cuidadosa en el trato con los demás, generosa y reflexiva. Durante el laboratorio presentó el personaje de una mujer con un cuadro de depresión para psiquiatría que terminó por convencerme de su progreso. Logró conectar con la emoción desde la claridad de los antecedentes y situación actual del personaje. La creación de la biografía, el contexto, el vestuario, la fisicidad, la máscara del personaje fueron contundentes. Eran claros los signos kinésicos, proxémicos, lingüísticos del personaje, logrando permanecer en situación durante 45 minutos , tiempo que dura la consulta con el psiquiatra.
Nuestras interacciones sobre el quehacer fueron bastantes. Pensar en el oficio, en lo qué significa y conlleva ser artista, fueron muchos de los impulsos para nuestros encuentros. Resalto de Lucía que nunca ha dejado de hacer preguntas, de hacerse preguntas sobre su práctica, sobre aquello que debe mejorar para construir su propio camino como bailarina y actriz. Dudar le llevó a ahondar en la interpretación. Dudar la acercó a ese lugar que le causaba temor, crisis. En la duda también conquistó un terreno desconocido al cual no se había acercado; el de la actuación.
Hacen falta bailarines que puedan conmover, transmitir emociones al espectador, quizás por que a muchos no les ha interesado más que el virtuosismo y la técnica. A Lucía el vacío entre la técnica y la interpretación la llevaron a cuestionar su ejecución. Fue en ese momento cuando empezó a trabajar conscientemente en la articulación entre ambas, entendiendo que el cuerpo, la voz y la emoción no son islas independientes sino interconectadas que funcionan como unidad.
Puedo deducir que Lucía es ahora una bailarina que actúa o una actriz que baila con una gran humanidad.